domingo, 16 de diciembre de 2012

Día 8

"Dios puede cansarse de grandes reinos, pero nunca de pequeñas flores" (Tagore)


Sigo comiendo poco, porque el curry, que es el mismo cada día, me sienta mal. Sigo, pues, con mi dieta de arroz blanco. Cada día que pasa me siento orgullosa por mi habilidad para aclimatarme. Y entonces les veo a ellos, y vuelvo a sentirme como una niña pija. 

Ellos son los niños del colegio. Lo que para mí son solo 20 días, para ellos es la rutina de sus vidas. Me sorprende cómo toleran el día a día sin rechistar. Lo acostumbrados que están a comer la misma comida todos los días. Intento imaginarme la cara que pondrían si, por un momento, vieran un comedor español, con los niños quejándose porque no les gustan las alubias. Habrían alucinado. 

Y no es solo la comida. Antes de empezar a comer, recitan unos mantras de dos minutos, y lo hacen sin quejarse, sin distraerse y sin enredar. Simplemente lo hacen y, en silencio, comienzan a comer. Después, lavan sus platos con sus propias manos. Barren el suelo agachados, lo friegan. Jamás les veo quejarse, ni escaquearse de sus labores. 

La lección de humildad que nos están dando a todos es increíble. Estos niños rezan, trabajan y no tienen ningún tipo de lujo. En cambio, muestran una sonrisa constante en la cara. Nosotros, en cambio, estamos tratando de acostumbrarnos. 

Por suerte, poco a poco nos aclimatamos. Ya no queda nada de mi paranoia con la malaria, y soporto las picaduras de mosquitos sin volverme demasiado loca. Ya me he acostumbrado al olor que desprende el fregadero cuando lavamos nuestros platos, e incluso soy capaz de dormir de un tirón, pese a no tener almohada. 

Aun así, es difícil resistirse a mirar el Facebook en el móvil de las chicas indias, y sin querer todas lloriqueamos por la falta de variedad en las comidas. Pese a todo, son los niños quienes nos sirven en la mesa. Nosotros trabajamos unas horas por la mañana, ¿pero ellos? ellos no paran. 

En semejante situación, es difícil sentirse "voluntario". 




 En otro orden de cosas, esta tarde ha ocurrido lo que (lo negáramos o no) llevábamos deseando durante días: la visita al pueblo. Nos habían prometido que allí habría un mercado, y que podríamos comprar comida, y no podíamos esperar. La mañana de trabajo había pasado volando, y nos habíamos lavado y vestido con la ilusión de quien viaja a Nueva York. Habían llamado a un autorickshaw para que viniera a buscarnos.

Llegó una hora y media tarde, y creíamos que ya no iba a venir. Cuando apareció, nos abalanzamos hacia él. "No cabemos todos, ni de casualidad", decíamos, pero las indias se empeñaban en que sí, y efectivamente, sí cupimos. Apenas podíamos respirar, pero no recuerdo un viaje más divertido que ese en toda mi vida. El autorickshaw volaba en cada bache del camino. "¡Vamos a morir!", gritaba Fanny, y ninguno de nosotros podíamos aguantar nuestras carcajadas.



En el pueblo, la gente nos saludaba con la mano al ver pasar nuestro autorickshaw. Éramos todo un reclamo para las miradas de la gente, que nos señalaba extrañada y divertida.

-Probablemente no hayan visto a tanto blanco junto en su vida -me decía Sirisha.

Habíamos esperado la ciudad más grande. Habíamos imaginado un supermercado. En su lugar, nos encontramos un mercadillo ambulante.



Sin embargo, ¡sí encontramos lo que estábamos buscando!


Volvemos felices a nuestra aldea. Hemos comprado dulces, refrescos y un bizcocho de limón que está para chuparse los dedos. Con esto, sobreviviremos hasta que termine el campo de trabajo. No puedo creerme que mañana, para desayunar, pueda acompañar mi té con un bizcocho. Le hemos intentado explicar a las indias que en Europa desayunamos cosas dulces, y no un cuenco de arroz picante. Les parece absurdo. Esperamos hacerles cambiar de opinión mañana por la mañana, con nuestro bizcocho. 

El viaje de vuelta en el autorickshaw nos sirve para cantar canciones de Rihanna y descubrir que mis amigas indias conocen mejor la letra que yo, y que incluso se saben de memoria su videoclip. Reímos como niños, bailando en la parte trasera del vehículo mientras el resto de conductores no nos quita ojo en la carretera. 

Ha sido un día extenuante, pero la inyección de azúcar de nuestros recién adquiridos dulces me ha dejado una sonrisa que creía que nada podía borrar. 

Claro que hay una conversación que desde ayer no se me quita de la cabeza. Por eso, volviendo de la cena en la aldea, alcanzo a Indhira y, caminando juntas, intento volver a sacar el tema del que sé que les cuesta hablar. 

-Indhira... -digo, despacio-. ¿Y si no te gusta el marido que te ha tocado? Quiero decir. ¿Y si no te enamoras?

-Claro que te enamoras. 

-¿Y si es malo contigo? ¿Si te pega?

Se encoje de hombros. 

-Si eso pasa, es porque tenía que pasar -dice, finalmente-. Porque los dioses han querido que este fuera tu marido. 

-¿Y por qué iban a querer algo así?

-Para darte una lección. Eso es porque en tu vida anterior hiciste algo malo, y esto te lo mereces. Es el Karma, ¿sabes? Tienes lo que mereces. Así que tienes que aguantar, para que en la próxima tu marido te trate mejor. 

No digo nada. No encuentro argumentos. No soy capaz de articular una palabra sin perder las formas o meterme con su religión, por lo que alzo las cejas y asiento con la cabeza. El sistema de la reencarnación conlleva una resignación perfecta. Las castas más bajas no se quejan, no admiten la discriminación a la que se ven sometidos porque revelarse implicaría no evolucionar de casta en su próxima reencarnación. Las mujeres maltratadas aguantan un maltrato que creen merecerse. 

-¿Tú eres religiosa, Indhira?

Tarda en responder. 

-Hay muchas cosas que no me encajan -dice, al final-. Pero cada vez que las cuestiono, mi padre se enfada. Es mejor no pensar mucho en eso. 

Por la noche, compartimos unas galletas de chocolate, y hablamos de videoclips, de la MTV, de la música, de ropa. De cosas que no importan. De cosas que podemos hablar sin que Indhira se sienta incómoda, y yo no tenga que morderme demasiado la lengua. 


PD. Os recuerdo que el nombre de Indhira no es el real. Lo cambié por protegerla, por sus testimonios y opiniones. Ella confió en mí al darme su punto de vista de la realidad india, por lo que no revelaré ni su nombre ni su rostro. 

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