viernes, 21 de septiembre de 2012

Día 5

Lo primero de todo, disculparme por la tardanza. Soy un desastre. Le echaría la culpa al comienzo de las clases, pero ha sido un cúmulo de cosas. Así que sin más dilación...

Día 5


"Para quien lo sabe ver y amar, el mundo se quita su careta de infinito y se hace tan pequeño como una canción, como un beso" (Tagore)

Hoy hemos madrugado. Kacper y yo hemos hecho turnos para ducharnos y recoger todas nuestras cosas. El desayuno ha sido rápido, a ritmo europeo. El Señor Ganesh nos dijo ayer que esta mañana, justo después de desayunar, vendría a recogernos un autobús para llevarnos a nuestro campo de trabajo, así que nos lo tomamos al pie de la letra. Por supuesto, hemos estado esperando una hora y media en las   escaleras hasta que finalmente ha aparecido el vehículo.
El conductor tenía el símbolo del OM coronando el parabrisas, así como la imagen de un dios que, por el momento, desconozco. No cabíamos todos en el autobús, pero tampoco era algo que pareciera preocupar mucho a los indios, que se fueron al fondo y tiraron las mochilas entre asiento y asiento. No debe de haber muchos kilómetros entre Bangalore y la aldea a donde nos dirigimos, pero tardamos más de tres horas en llegar. Es difícil saber dónde acaba la ciudad y dónde empiezan las aldeas. Pasé las tres horas asomando la cabeza por la ventanilla entreabierta, descubriendo más y más ríos de basura, casas derruidas, y el olor a veces se hacía tan insoportable que teníamos que cubrirnos el rostro con nuestros pañuelos.
Por fin, comprendimos que nos acercábamos a la India rural. La verdadera India, como decía Gandhi. Pequeñas casas aisladas, vacas campando a sus anchas y mujeres curiosas sentadas junto a la puerta, mirando el autobús con extrañeza. Y finalmente llegamos.
El lugar es un paraíso verde. La vegetación, el olor, los sonidos. Todo en conjunto creaba un paisaje abrumador. No podía evitar, mientras bajaba del autobús, sentirme una pequeña hormiga en la inmensidad del universo. Me gustaría que hubiera una forma de describirlo que no sonara tanto a un cliché, pero todavía estoy asimilando que mis zapatillas pisan la arena de la India, que el aire huele a la India, que realmente estoy aquí, a tantos kilómetros de mi casa, al comienzo de una aventura tan emocionante.


En medio de la selva, hay una escuela para niños de aldeas próximas. Es un centro religioso hindú, que sigue un sistema educativo que ellos denominan pre-colonial (es decir, previo a la implantación del sistema de enseñanza británico, que domina la India a día de hoy, especialmente en las ciudades).
Se enseña a los niños no sólo la educación básica, sino que tiene un alto componente moral. La meditación es obligatoria, y todos los niños hacen, además, yoga y karma-yoga. ¿Qué es el karma-yoga?, me pregunté. Una de las profesoras, que ha aparecido para recibirnos y darnos las gracias por nuestra visita, nos lo explica: según el hinduismo, existe una suerte de fuerza llamada Karma, que implica que acciones malas en vidas pasadas se cobran su factura en vidas posteriores, y viceversa. Para combatir, por tanto, tus malas decisiones pasadas, es necesario que pagues tu deuda mediante el trabajo físico. Por tanto, los niños se turnaban para hacer labores como limpiar los cuartos de baños, las cocinas, barrer la escuela, etc. "No se trata sólo de Karma", nos contó, mientras nos llevaba a nuestras instalaciones, "también se trata de una lección de humildad. Así saben que los baños no se limpian solos, y aprenden a valorar todos los trabajos".


Así que aquí nos quedaremos, durante diez días de trabajo más el fin de semana. Nuestra labor será construir un edificio nuevo para la escuela de la mano de obreros indios que, seguro, tendrán que enseñarnos absolutamente todo. 
Nosotros dormiremos en uno de los edificios. Está equipado con literas, y nos ha sorprendido gratamente. Los baños, no obstante, destacan menos por su comodidad. No hay agua caliente, al igual que en el hotel, y los cubos vuelven a ser el único sistema para lavarnos, pero deduzco que no tardaremos en acostumbrarnos. 
Después de acomodarnos y enredar nuestras mosquiteras como podemos en las literas, fuimos a comer. Se trataba del comedor conjunto a donde comen los niños. 
Primera regla: fuera los zapatos. 
Descalzos, cogimos nuestro plato y vaso, y uno de los responsables de la organización trajo un bol enorme de arroz blanco y después otro con una salsa anaranjada. Tras echarlo en el arroz, descubrimos que es extremadamente picante. Lo llaman 'curry', pero no se parecía en absoluto a la mezcla de especias amarillas que en Europa nos venden como 'curry'. Esto era una especie de cocido de pimiento chilli, sin más verduras que eso, por lo que prácticamente se trataba de una sopa picante con la que aliñar el arroz. 
El problema era la falta de agua potable, que hacía que comer arroz picante fuera una experiencia especialmente difícil. Observando nuestra incomodidad, pusieron a hervir agua para matar bacterias y que pudiésemos al menos beber algo, pero el agua hervida tardaba en enfriarse, y tampoco sirvió para aplacar el ardor de nuestras lenguas todavía desacostumbradas al sabor indio.


Lo más curioso, y divertido, era comer con las manos. Existe una regla establecida al respecto. Se come con la mano derecha, se bebe con la mano izquierda, y todo lo que quieras coger o tocar debe hacerse con la mano izquierda, porque lo cierto es que la derecha se mancha mucho. Jamás pensé que sería tan complicado, pero lo es. Al principio utilizaba sólo tres dedos, intentando que el arroz no se me escapara, pero la salsa resbalaba por mi muñeca.
Indhira me miraba divertida.
-No uses sólo tres dedos, así te manchas mucho -me decía-. Es así, con toda la mano. Y el pulgar empuja la comida dentro de la boca.
Pero no era tan fácil, y terminábamos los europeos agachados contra el plato, mientras que ellas comían con una habilidad sorprendente, sin apenas moverse.

Mañana empieza nuestra verdadera rutina. Los miembros de la ONG nos dejan solos, y sólo quedamos los voluntarios. El plan es levantarnos a las 6 de la mañana para hacer yoga y meditación, después desayunar, ir a trabajar en la construcción, comer, jugar con los niños de la escuela, algo de tiempo libre, cenar y dormir. Insisten en que la luz se apagará a las 10 de la noche.
Honestamente, con semejante rutina, dudo mucho que nos cueste conciliar el sueño, pese a que las literas parezcan hechas de piedra, el calor del ambiente y el siseo amenazante de los mosquitos.
Son las ocho de la tarde y ya siento mis párpados luchando por permanecer abiertos. Mi estómago también empieza a quejarse, y creo que el curry no le ha sentado bien en absoluto. Espero estar bien para la hora de la cena...


1 comentario:

  1. Sin palabras, Jara. ¡Espero que no tardes en subir la siguiente parte! ;)

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